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Antón Castro

PHILIP ROTH, PREMIO PEN FAULKNER POR ELEGÍA

PHILIP ROTH, PREMIO PEN FAULKNER POR ELEGÍA

[Uno de los mejores escritores norteamericanos vivos es Philip Roth, que acaba de recibir el premio Books Pen Faulkner por tercera vez por su novela “Elegía” (Mondadori). Hace algunas semanas, Daniel Gascón (que es un auténtico fan o fanático suyo) publicaba en “Artes & Letras” de Heraldo una reseña de la novela y se la he pedido para el blog.]

EL ÚNICO ARGUMENTO
Daniel Gascón


Philip Roth (Newark, 1933) ha escrito mucho sobre los placeres y los sufrimientos del cuerpo. Ha contado su operación de corazón y la agonía de su padre en “Patrimonio” (Seix Barral, 2003), el cáncer de próstata y la incontinencia en “La mancha humana” (Alfaguara, 2002), y ha hablado del impulso sexual en la adolescencia, en la madurez o en la vejez. Una de sus novelas empieza con una cita de Edna O’Brian: “El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro”.

“Elegía” (Mondadori, 2006), que toma su título en inglés –“Everyman”- de una obra alegórica medieval, y que Roth comenzó a escribir tras el fallecimiento de su amigo Saul Bellow, trata del desmoronamiento físico, de la soledad frente a la muerte.
“Elegía” arranca con el entierro de su protagonista anónimo, y cuenta su biografía casi como un historial médico. Sus encuentros con la muerte –la primera visión de un cadáver, la desaparición de sus padres-, y sus estancias en los hospitales –por culpa de una hernia de niño, una peritonitis en su madurez y problemas cardiovasculares en la vejez- sirven para dar detalles de una vida que incluye tres matrimonios, amantes, dos hijos que no le quieren, una hija que adora y una carrera exitosa en la publicidad. Pero poco a poco la salud se convierte en el tema principal. “Elegía” cuenta esa pérdida: para el protagonista “eludir la muerte parecía haberse convertido en el asunto central de su vida y la decadencia física en toda su historia”.

“Elegía” es una novela corta y sobria, pero llena de ira hacia la injusticia y la fealdad de la enfermedad. Aunque su hermano lo protege y lo quiere, el protagonista lo envidia; ésa es una de las mejores historias del libro: “cuando hablaba con Howie, una frialdad injustificada se apoderaba de él, y reaccionaba con el silencio a la jovialidad de su hermano. El motivo era ridículo. Odiaba a Howie a causa de su rubicunda y excelente salud. Odiaba a Howie porque nunca había estado hospitalizado, porque desconocía la enfermedad, porque el bisturí no había dejado seis cicatrices en ningún lugar de su cuerpo ni tampoco tenía seis ‘stents’ alojados en las arterias”. “Elegía” no es el mejor libro de Philip Roth, pero es uno de los más tristes: cuando repasa su vida, el personaje principal se arrepiente de sus errores, y cree que son responsables de su soledad. Llama a su hermano, que está fuera, y a sus compañeros de trabajo: algunos están enfermos y otros han fallecido. Los fallos del protagonista –ser infiel a su mujer con una modelo danesa, divorciarse de una esposa a la que no quería- son bastante comunes. Uno siempre muere solo, y lamenta haber desperdiciado la vida y los afectos de los demás: en “Elegía” no hay esperanza y la tragedia del personaje de Roth es universal.

Hay pocos momentos que el protagonista de “Elegía” recuerde con afecto. Algunos tienen que ver con el amor, la pasión o la infancia. Otros están vinculados al trabajo: a los relojes y joyas que vendía el padre, o a la explicación del enterrador. Y el trabajo es uno de los temas principales de “La contravida” (Seix Barral, 2006), una de las obras más posmodernas y metaficcionales de Roth, que fue publicada en inglés en 1986, y pertenece a la serie protagonizada por Nathan Zuckerman: estaría situada entre “Zuckerman encadenado” (Seix Barral, 2005) y la trilogía sobre la historia de Estados Unidos compuesta por “Pastoral americana” (Alfaguara, 1999), “Me casé con un comunista” (Alfaguara, 2000) y “La mancha humana”. “La contravida” habla de personajes que se reinventan, del judaísmo, de Israel y el antisemitismo, de la fuerza del sexo frente a las obligaciones familiares, de impotencia y operaciones a corazón abierto, pero también de los poderes de la ficción y de las relaciones entre la literatura y la vida.

Si “Elegía” es un libro desolado, “La contravida” rebosa energía. Sus cinco secciones son variaciones de una misma trama: en “Basilea”, Henry, el hermano de Nathan, muere durante una operación de corazón (como el protagonista de “Elegía”) a la que se somete para recuperar su potencia sexual. Su viuda le pide que escriba un elogio fúnebre, pero Zuckerman sólo puede pensar en la amante de su hermano y los motivos de la operación. En “Judea”, Henry sobrevive y se va a vivir a Israel, y Nathan, que cree que “nuestra gran contribución es la angustia sin esfuerzo”, viaja hasta Cisjordania. Conoce a israelíes progresistas y conservadores (“La Biblia es su biblia: los muy idiotas se la toman en serio”, dice un personaje), y en el Muro de las Lamentaciones se encuentra con un americano que quiere fundar un equipo de béisbol en Jerusalén. Más tarde, es el propio Zuckerman el que fallece a causa de una operación, pero en “Entre cristianos” ha sobrevivido a la intervención quirúrgica. El libro es una sucesión de discusiones sobre los mismos temas: Zuckerman habla con judíos sionistas y asimilacionistas, con su tía Essie, con su hermano adúltero y con su hermano convertido en colono en Cisjordania, con damas inglesas y su cuñada y sobre todo con su amada, Maria, y su posición cambia según el interlocutor que tenga enfrente. Por eso Israel es uno de los escenarios más importantes del libro: no sólo es el lugar “donde se cuentan los mejores chistes antisemitas”, sino que comprende “todos los dilemas judíos que alguna vez han existido”.

Aunque al final sus juegos formales resultan un tanto cargantes, “La contravida” tiene momentos divertidos, como el secuestro de un avión sobre Tel Aviv, y episodios poderosos, como cuando Henry encuentra el relato de su amor adúltero entre los papeles de Nathan. Como otros libros de Roth, trata de personajes que intentan escapar de su identidad y empezar una vida distinta: los maridos quieren ser amantes, los americanos quieren ser israelíes, los libertinos quieren ser padres. Pero ni Zuckerman ni Roth pueden apartarse de sus obsesiones favoritas. Saben que nunca terminarán de hablar de ellas; se lo pasan bien, y su diversión es contagiosa.

Elegía. Philip Roth. Traducción de Jordi Fibla. Mondadori. Barcelona, 2006. 150 páginas.
La contravida. Philip Roth. Traducción de Ramón Buenaventura. Seix-Barral. Barcelona, 2006. 412 páginas.

5 comentarios

Roberto Angulo García -

Realmente agradecido por la sinopsis de "Elegía",Roth es un grande de las letras norteamericanas,acabo de leer "El teatro de Sabbath" con la que ganó el Premio Nacional del Libro 1995 y anteriormente "El lamento de Portnoy" que, considero,se complementan.Creo que Roth ironiza y maneja los tiempos verbales muy bien.Un saludo desde Perú.

Martha -

Y qué alegría da que los buenos escritores reciban premios tan prestigiosos. A veces es descorazonador ver que los galardones recaen en coleccionistas de palabras con mucha, mucha publicidad y mucha mediocridad.
Por cierto, a todos los que hacemos entrenómadas nos ha encantado tu novela "Golpes de mar", es una magnifica historia. Tenemos pensado hablar de ella en unos días.
Gracias por tu blog, esa ventana literaria que cuelgas cada día y que nosotras abrimos también todos los días.
Un saludo nómada,

JoseAngel -

Y el jurado elegía... "Elegía". Pues enhorabuena. Es un excelente novelista, por si hacía falta probarlo. Y poco impersonal, poco... seguro que hay mucho del autor en ese Everyman, y mucho de todos seguro que también.

Magda -

Qué grata sorpresa el premio, por tercera vez, para el gran Philip Roth. El año pasado o hace dos años se lo dieron por 'Patrimonio', una novela tan conmovedora que leerla es como terminar con el corazón picado por decenas de abejas sin nadie que te auxilie.

Gracias por compartirnos esta estupenda reseña de Elegía, querido Antón.

Diego de Rivas -

Mil gracias Antón por resumir 'Elegía' de Phil Roth que sin duda me ha dejado con cierta tristeza.

En especial por las experiencias del protagonista, deben de ser las del autor, que no son nada positivas.

La vida es hermosa, bella, llena de luz y el destino, en parte, depende de nosotros.

Hacer y construir el futuro es vivir bien el presente, con nuestros defectos y debilidades, pero dignamente.

'Convirtiendo' todo en algo 'divino'. Si no es así, ¿para que estamos en este mundo?

Me siento de aquí, de esta tierra, de este pueblo, de estos paisajes con mi gente -con todas las gentes que el Dios de cada uno me pone a mi paso.

Lo más importante es que sé que estoy de paso e intento, pocas veces lo consigo, que cada encuentro personal puede llevar al otro - a mí también - a conversar y a conocerLe.

Gracias Antón porque me has hecho reflexionar y hablar, en voz alta no lo sé, de todo esto que llevo dentro.

Saludos